La historia está llena de hechos insólitos, pero pocos tan extraños y escalofriantes como el Concilio Cadavérico (Synodus Horrenda), un juicio real que ocurrió en el año 897 d.C.… ¡contra un cadáver!
¿Un juicio a un muerto? Así fue…
El Papa Formoso, que había muerto meses antes, fue desenterrado por orden del Papa Esteban VI, su sucesor y enemigo político. Lo sacaron del ataúd, lo vistieron con ropas papales y lo sentaron en un trono, como si aún estuviera vivo. Luego, comenzó el juicio más absurdo y macabro de la historia.
Un diácono fue asignado para que actuara como «abogado defensor» del cadáver, mientras que Esteban VI lanzaba acusaciones en su contra: abuso de poder, haber ocupado la silla papal ilegítimamente, y otros cargos.

¿Cuál fue el veredicto?
Obviamente, el cadáver no pudo defenderse. El juicio terminó con una sentencia de culpabilidad. A Formoso le quitaron todos los títulos, le cortaron tres dedos de la mano derecha (los que usaba para dar bendiciones) y su cuerpo fue arrojado al río Tíber.
¿Por qué ocurrió algo tan extremo?
La razón de fondo fue política. En esa época, el papado era una mezcla de poder religioso y político, y había muchas luchas entre facciones rivales. El juicio fue una manera de borrar el legado de Formoso y deslegitimar a quienes él había apoyado.

¿Qué pasó después?
El pueblo de Roma quedó horrorizado. Poco tiempo después, el Papa Esteban VI fue encarcelado y murió estrangulado. El juicio fue declarado inválido y los restos de Formoso fueron rescatados del río y enterrados con honores.