
Una noche que prometía alegría, música y unión comunitaria se transformó en una poderosa declaración social. El 20 de abril de 2025, en pleno corazón de Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México, miles de personas se congregaron para disfrutar de un concierto gratuito de Amanda Miguel. Lo que nadie imaginó es que la verdadera nota de la noche no sería un solo musical, sino una frase que cayó como piedra entre el entusiasmo de la multitud.
La escena parecía ideal: luces, música, un público animado, y un artista icónico dispuesto a entregarse en el escenario. Sin embargo, antes de que Amanda Miguel apareciera para cantar los éxitos que han marcado generaciones, el alcalde de Nezahualcóyotl, Adolfo Cerqueda Rebollo, subió al escenario para dirigirse al público. Su intención —presuntamente— era celebrar el acceso gratuito al arte y la cultura. Pero lo que dijo tuvo un efecto contrario al esperado.
«Toda esta gente está aquí, le damos la posibilidad a quienes no tienen la posibilidad de pagar un boleto», expresó Cerqueda, en un tono que, aunque aparentemente empático, fue percibido como clasista y condescendiente por una gran parte de los asistentes.
La respuesta del público no se hizo esperar: chiflidos, gritos, abucheos y una frase que se repitió con fuerza, como consigna y reclamo colectivo: “¡Somos pobres!”. Pero no era un grito de resignación, sino de protesta. Era una voz unificada que decía: “sí, tal vez no tenemos dinero para lujos, pero no por eso merecemos ser definidos solo por esa carencia”.
¿Un comentario clasista o mal interpretado?

Lo ocurrido aquella noche abrió un intenso debate sobre la forma en que los funcionarios públicos deben dirigirse a la ciudadanía. En redes sociales, el momento se volvió viral, acompañado de indignación y reflexión. Algunos usuarios calificaron el comentario como “insensible”, “desafortunado” e incluso “discriminatorio”. Otros defendieron al alcalde, asegurando que su intención era noble, que lo importante era que el evento fue gratuito y accesible.
Pero más allá del debate político o semántico, lo que verdaderamente estalló en Neza fue algo más profundo: una herida colectiva que habla de décadas de estigmatización. Porque no es la primera vez que a este municipio se le etiqueta únicamente desde la carencia económica o la inseguridad. Pocas veces se resaltan sus aportes culturales, su vibrante comunidad trabajadora, su historia de resistencia, su capacidad de organización y su amor por el arte.
El valor de la dignidad
Lo que el alcalde quizás no midió fue que en un escenario público, cada palabra cuenta. Cuando se habla de «dar oportunidad a los que no pueden pagar», se corre el riesgo de colocar a las personas en una posición de inferioridad, incluso si no era esa la intención.
El arte, la cultura y el entretenimiento no deberían ser un lujo, sino un derecho. Y si un gobierno ofrece acceso gratuito a un concierto, lo ideal es celebrarlo sin señalar quién podría o no haberlo pagado. El foco debe estar en la unión, en el goce colectivo, en lo que se construye cuando una comunidad se reúne a cantar, bailar o simplemente compartir un momento inolvidable.
Amanda Miguel, por su parte, respondió de la mejor forma: cantando. Consciente del revuelo, no se involucró directamente en la controversia, pero sí lanzó un mensaje poderoso con su música. Porque, como ella misma ha dicho en otras ocasiones, la música no tiene barreras.
Neza: mucho más que un estereotipo
Ciudad Nezahualcóyotl es un símbolo de lucha obrera y esfuerzo cotidiano. Sus calles están llenas de historias de superación, de familias que han construido su vida con las uñas, de jóvenes que buscan salir adelante pese a todo, de artistas urbanos, muralistas, poetas, bandas de rock, raperos, danzantes, emprendedores.
Reducir a esta ciudad a la etiqueta de “pobreza” es invisibilizar su riqueza cultural y humana. Es olvidar que en Neza hay talento, orgullo, historia y, sobre todo, una comunidad viva que no se queda callada cuando algo le parece injusto.
Por eso, lo que ocurrió esa noche no fue simplemente una molestia pasajera. Fue una lección para todos los que ejercen el poder: escuchar importa, pero más aún entender desde dónde se habla y cómo se recibe cada palabra.
¿Qué nos deja esta historia?
El caso de Cerqueda Rebollo no debe tratarse con linchamiento público, pero sí debe servir como punto de partida para una conversación más amplia sobre el lenguaje, la empatía y la representación. No se trata solo de evitar errores políticos, sino de construir puentes reales con las comunidades, de validar su experiencia sin reducirlas a etiquetas.
Porque cuando una persona dice “somos pobres”, muchas veces no está hablando solo de dinero. Está hablando de cómo se siente vista, tratada, representada. Y si el sistema, los medios y hasta los gobernantes insisten en verla solo desde la carencia, tarde o temprano habrá una respuesta.
Nezahualcóyotl habló. No solo con abucheos, sino con dignidad. Porque cuando una comunidad defiende su lugar en el mundo, lo hace con fuerza. Y esa noche, más allá del bochorno político, fue una declaración de amor propio y de orgullo colectivo.
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